En las profundidades de la devastación de Rafah, en el sur de Gaza, la guerra no ha terminado.
Decenas de militantes de Hamás, divididos en células independientes, están atrapados en túneles subterráneos tras las líneas israelíes, mientras los mediadores intentan encontrar una solución que no haga colapsar el alto el fuego que lleva un mes en Gaza.
La cuestión de cómo lidiar con hasta 200 militantes de Hamás en territorio israelí ocupado en Gaza es más que un simple problema táctico para el ejército israelí. Se trata de un delicado asunto diplomático sin una solución clara.
Estas células –y no está claro cuántas hay exactamente ni su ubicación precisa– se han fortificado en estos túneles desde que el alto el fuego dividió Gaza a lo largo de la llamada línea amarilla hace un mes: Israel ocupa el territorio al este de la línea, mientras que Hamás reafirma su poder al oeste de ella.
El primer ministro Benjamín Netanyahu ha dejado claro que no tiene intención de permitir que las células de Hamás salgan de los túneles y regresen a la zona de Gaza controlada por Hamás. Hamás ha declarado que sus militantes jamás se entregarán ni devolverán sus armas.
Según dos fuentes israelíes, la administración Trump está presionando a Israel para que avance hacia algún tipo de solución viable, y el yerno de Trump, el enviado estadounidense Jared Kushner, planteó el tema con Netanyahu en reuniones a principios de esta semana.
“Los estadounidenses quieren pasar a la siguiente fase y cerrar el expediente de los prisioneros de Rafah”, dijo una de las fuentes.
La segunda fase del alto el fuego implica la creación de una fuerza de seguridad internacional en Gaza, el desarme de Hamás y la retirada de las fuerzas israelíes. Cada elemento requiere complejas negociaciones con múltiples países, y los militantes de Hamás en Gaza constituyen una pieza más de un rompecabezas diplomático cada vez más difícil.
Una de las ideas era deportar a los militantes a un tercer país, y Turquía se consideraba una posible opción, según otra fuente. Pero ninguna solución de este tipo se ha materializado.
A lo largo de la semana, la oficina de Netanyahu emitió varias desmentidas sobre diversos informes acerca de la liberación de lo que Israel considera células terroristas. «El primer ministro no se comprometió ante los estadounidenses a liberar a los prisioneros de Rafah», declaró un alto funcionario israelí en un comunicado el martes, añadiendo horas después que «contrariamente a lo que se ha informado, no existe ninguna solución consensuada».
Sin una solución, las células son una bomba de tiempo. Con escaso o nulo acceso a alimentos y agua, los militantes de Hamás no tienen más remedio que elegir: rendirse o luchar. Muhammad Shehada, experto en Gaza del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, declaró anteriormente a CNN que «Hamás ni siquiera sabe cuántos siguen con vida».
Y este punto muerto ya ha demostrado ser una amenaza para el alto el fuego general que entró en vigor el 10 de octubre.
Es probable que estas células aisladas —alejadas del mando y control de Hamás— fueran responsables de los recientes ataques contra las fuerzas israelíes que provocaron una represalia masiva por parte de Israel y que en dos ocasiones pusieron en peligro el alto el fuego.
El 19 de octubre, tras la muerte de dos soldados israelíes en Rafah, Israel lanzó ataques que causaron la muerte de al menos 44 palestinos. Poco más de una semana después, ataques israelíes mataron a más de 100 palestinos, entre ellos decenas de niños, tras la muerte de otro soldado israelí en Rafah.
